Greatest Hits 2017

Lo bacán de lo bacán sin orden alguno (año anterior acá)

























Películas (del 2017 y 2016 estrenadas este año)

La La Land (2016)
It (2017)
Nocturnal Animals (2016)
War of the Planet of the Apes (2017)
Silencio (2016)
Baby Driver (2017)
John Wick II (2017)
Get Out! (2017)
Dunkirk (2017)
Logan (2017)
A Ghost Story (2017)
Wind River (2017)

Películas ( de otro años)

Mucha película de animación japo y otro clásicos que tenía pendientes hace caleeta.

El Padrino (1972)
Akira (1988)
Perfect Blue (1997)
Eastern Promises (2007)
Memories of Murder (2003)
Zodiac (2007)
El Padrino II (1974)
Tinker Tailor Soldier Spy (2011)
Oldboy (2003)
Memento (2000)
Under The Skin (2013)
Stand By Me (1986)

Libros

Varios compilados de cuentos independientes chilenos y latinoamericanos. Mariana Enriquez sigue siendo una favorita y de paso me saqué el prejuicio con Stephen King.

Las cosas que perdimos en el fuego - Mariana Enriquez
Quiltras - Arelis Uribe
It - Stephen King
Meridiano de sangre - Cormac McCarthy
Montacerdos - Cronwell Jara
Nuestro mundo muerto - Liliana Colanzi
Stoner - John Williams
El cuento de la criada - Margaret Atwood
Matar un ruiseñor - Harper Lee
El señor de las moscas - William Golding
Neverwhere - Neil Gaiman
Silencio - Shusaku Endo

Cómic

Jeff Lemire reinando como todos los años. Saga me rompió el corazón, alguna que otra cosa más autobiográfica y los thrillers habituales.

Descender Vol.4 y 5 - Jeff Lemire/Dustin Nguyen
Saga Vol.7 y 8 - Brian K. Vaughan/Fiona Staples
Sandman Overture - Neil Gaiman/JH Williams III
La Casa - Paco Roca
Rituales - Alvaro Ortiz
Black Hammer Vol.1 - Jeff Lemire/Dean Ormston
Kill or be killed vol 1 y 3 - Ed Brubaker/Sean Phillips
Silver Surfer Vol 1 y 3 - Slott/Allred
Southern Bastards Vol.1 y 2 - Jason Aaron/Jason Latour
East of West Vol.7 - Jonathan Hickman/Nick Dragotta
20th Century Boys Vol.8 al 22 - Naoki Urasawa
Underwater Welder - Jeff Lemire

Series

¡Vivan los viajes en el tiempo! ¡Vivan las series de monitos con historias hardcore! ¡Vivan las series de crímenes!

Bojack Horseman Temporada 1 a la 4
Samurai Jack Temporada 5
Dark Temporada 1
The Handmaids Tale Temporada 1
Doctor Who Temporada 10
Game of Thrones Temporada 7
Boku Dake Ga Inai Machi (Erased)
Shingeki No Kyojin Temporada 2
Legion Temporada 1
Rick and Morty Temporada 2 y 3
Fargo Temporada 3
Mindhunter Temporada 1
One Piece (756-818)

Discos

Cada vez siento que escucho menos música nueva.

Slowdive - Slowdive
Beach Fossils - Somersault
Grizzly Bear - Painted Ruins
War on Drugs - Deeper Undertansding
Cigarretes After Sex - Cigarretes After Sex
Protistas - Microonda
Patio Solar - Migración (la reedición)
Niña Tormenta - Loza
Fleet Foxes - Crack Up
Abel Korzeniowski - Nocturnal Animals OST

Y algunas cosas sueltas de Max Richter


Hechos pulentos

Por fin tenemos el depa, el Chiqui ya va al jardin y aprobé el diplomado con buenas notas. Amiguitos buena onda que apañan en el copete o en los jueguitos de mesas. Mención honrosa para toda la lluvia, nieve, bosques y ríos que recorrimos este año.





Niña Tormenta – Loza (2017)


Hay un mérito silencioso en conseguir que un conjunto de canciones remonten a tiempos que ya fueron. Esos días que se tornan borrosos y vuelven como pequeños calambres del tiempo a nuestra memoria. Onces veraniegas mirando en un plato un barco quieto en un lago, mientras un castillo azul (de esos que parecen irreales) custodia todo el paisaje.
Y es que la configuración de este disco no solo apuesta visiblemente por el lado gráfico, sino que la forma -tanto musical como lírica- de sus canciones se acoplan con ello. Melodías calmas, letras amasadas con la firmeza de una alfarería musical. Un cruce entre un folclor con ukelele y una experimentación sutil.
“Que un disco haya sido grabado en invierno no impide que suene aún más grande en primavera. Sobre todo cuando sus canciones también cruzan campantes lo que hemos aprendido a nombrar. Como el ángel que te sopla de qué están hechos los demonios, como el solo de bajo techo que risueño percute otro jueves de lluvia.”
Con esas palabras el disco fue presentado en su página de descarga, y probablemente, no haya una definición mejor para el mismo. Y es que siendo un elemento común en varias de las canciones (como en ‘Que entre el frío’ o ‘Va a llover el domingo’ por ejemplo) aun poseyendo tintes estacionales; la forma de las composiciones –esa rítmica hipnótica- le dotan de una ligereza sumamente rica.
‘Clase M’ o ‘Edificios nuevos’ tienen esa clave. Una llavecita que parece dilucidar pistas que jamás se escondieron. Y es que engañosamente “Loza” parece ser rústica siendo realmente todo lo contrario, producto de su grabación minuciosa.  El no tener grandes pretensiones en la ejecución no la hace para nada una entrega desprolija. Por el contrario: el sonido y las mezclas relucen por su limpieza.
‘Lozapenco’ por otro lado, no solo llama la atención por ser el eje en el cual orbita el sentido del resto del álbum, al asimilar las gráficas de las tazas y platos populares en los hogares de Chile entre las décadas del 80 y el 9;, musicalmente también lo expone de forma clara: la simplicidad no tiene para qué sonar desparramada. Acá esto es explícito.
‘Al mar fui por naranjas’ es una canción tradicional chilena recopilada por Héctor Pavez, que se acopla bastante bien en el sentido general del disco, al punto de camuflarse como si nada con el resto del recorrido. Un camino que incluye colaboraciones de gente como Juan Manuel Daza o el mismo Diego Lorenzini, que el año pasado también sacó un disco que no puedo evitar pensar que guarda similitud con este.
Son álbumes que encierran canciones provenientes de un universo donde se dibujan parajes anacrónicos en los que el folk tradicional parece navegar sin brújula entre tiempos perdidos y un futuro menos análogo. Es esa indefinición la que tal vez lo hace más interesante para dejarse llevar por la suave repetición. Un disco bonito. No lo dejemos pasar como si nada.

Carl Wilson – Música de Mierda

El tema sobre los gustos musicales, y bueno sobre cualquier arte en general, es un empantanamiento que no solo atrapa a reseñistas o críticos especializados, sino que también abarca-y más fuertemente- a las personas comunes y corrientes con cosas tan triviales como los gustos culpables.
Y es que definir qué cosas son sofisticadas, cuales cruzan una línea imperdonable hacia lo sentimental o cuales no conllevan un aumento de status de quien lo aprecia, son tareas complejas, pero consiguen ser tratadas en “Música de mierda”, el libro escrito en 2007 (y editado en español en 2016) por el crítico Carl Wilson.
¿La gracia? Pone en su centro la figura de la canadiense Celine Dion , y sobre todo, su disco “Lets Talk About Love” (1997), que contiene la archiconocida ‘My heart will go on’, tema central del blockbuster por excelencia de ese entonces “Titanic”. Todo ello con el fin de hablar sobre gustos en cuanto al arte y la apreciación que hacemos de ella.
El ensayista (critico de música también) no puede esconder su aversión hacia la obra de su compatriota, armando pasajes bastante divertidos. No obstante, jamás cae en la ironía facilista o esa tendencia por hablar sobre algo bajo el lente de lo sarcástico para conseguir una crítica divertida. Por el contrario, ahonda bastante sobre el origen mismo de lo que significa Celine Dion para sus escuchas.
Ese ejercicio es estimulante ya que es fácil de trasladar a nuestra realidad. Por ejemplo: ¿Cómo apreciamos la música que escuchan nuestras mamás/papás? ¿La alta popularidad que tiene el reggaetón desde hace 15 años? ¿La omnipresencia de las rancheras en el campo chileno? Y es que al ir en la búsqueda de qué nos representa, contradictoriamente muchas veces armamos vallas hacia otras vertientes musicales que –eventualmente- podrían resultar estimulantes; un sesgo que de otra manera nos daría acceso a otras perspectivas desde las cuales abordar el porqué esta música es la banda sonora de una gran parte de la población.
O bien por qué ciertas canciones se terminan convirtiendo en música disfrutable en secreto y es fuente de vergüenza para quienes disfrutan de ella de forma privada. Eso claro, a la hora de la apreciación más cerebral, porque como también concluye el libro: hay un factor emocional que es ineludible y tiene raigambre tanto en lo biográfico como en el orden social del escucha.
“La música sensiblera marea la perdiz, pero al parecer nunca termina de disolverse del todo en el crisol musical, sino que resurge una década tras otra. Creo que eso es así porque la sensiblería, como insinúa Hamm en su estudio sobre la canción de salón, nunca busca la evasión pura: no solo es catártica, sino que también tiene un elemento de refuerzo social”
¿A qué se debe la tirria a lo sentimental? ¿Por qué se niega la posibilidad de encontrar la catarsis en una canción melosa solo porque el ser sentimental tiene poca cabida entre lo que se considera buen arte? Desde ahí Carl Wilson busca desentrañar los orígenes de esta aversión aduciendo a cosas estéticas, sociológicas así como apoyándose en la obra de Immanuel Kant, David Hume o Pierre Bourdieu.
En definitiva, “Música de Mierda” son 200 páginas con las cuales no se hayan respuestas; algo maravilloso en tiempos donde obviamos lo más interesante: hacerse preguntas y, de paso, someter a cierto (y sano) análisis nuestros gustos.

Slowdive – Slowdive (2017)


Hablar de legado es complicado. No solo porque implica concordar en que se concibe como tal y cual es su envergadura, sino también porque muchas veces se extiende como una sombra sobre cualquier retazo que quiera florecer y expandirse fuera de esa capa enorme que se malentiende como “herencia” y termina anclando más que sirviendo de propulsión a lo nuevo.
Sumemos además que los días en esta era de la sobreinformación parecen ir demasiado rápido, tanto para foráneos como para nativos de internet. 22 años en estos tiempos no solo significan cambios en los paradigmas en que se desenvuelve todo, sino que es una cantidad tan apabullante de tiempo que perfectamente pueden significar el auge y caída de al menos media docena de bandas.
Por ello, no es menor lo que simboliza el regreso de Slowdive tras tanta agua bajo el puente. Una apuesta que podría haber resultado en un retorno de capa caída o que simplemente pudo pasar a sumar otro archivo más a esa enorme carpeta de bandas que decidieron crear nuevamente y adaptaron su sonido a los tiempos que pasaban con -spoiler- resultados pobres.
Esto es más cercano, tanto por estética como por misticismo, a lo que hizo My Bloody Valentine el 2013 con “MBV”. Una continuación natural de lo previo, pero al mismo tiempo añadiendo matices que justifican una entrega nueva.
Se tiende a pensar que necesitamos remakes de todo, que deberíamos tener canciones nuevas de bandas emblemáticas y -que de alguna manera- nos las deben. Pero no es así. No concuerdo con ello, tanto en ésta como en otras áreas. En el cine, por ejemplo, esta ola de rehacer continuamente buques insignes está provocando una falta de creatividad alarmante y una obsesión con la retromanía que parece no tener fin. En el caso de la música es agradable que bandas como Slowdive consigan resignificar su obra mediante la entrega de canciones que se mantengan a flote por si mismas y no se sienta como un pie forzado en que el resultado es producto más de una obligación que de la inspiración propiamente tal.
Piezas con voz propia como ‘Slomo’ y ‘Star Roving’ representan una de las cosas bonitas que implica escuchar asiduamente música. Una interacción prístina que te hunde inmediatamente en el cosmos de la banda, en lo que tienen para presentar ahora y porque- en este caso- si está justificado el que te tomen de la mano en éste nuevo viaje sónico.
Es destacable que las voces de Neil Halstead y Rachel Goswell se adapten a su condición actual, minimizando sus intervenciones para hacerlas mucho más notorias y tomando los años como una enseñanza que se debe plasmar en las canciones. ‘Sugar for the pill’ y la fantasmagórica ‘No longer making time’ hablan de ello: de que las guitarras también tienen memoria y no han perdido un ápice de emoción.
Y si nos vamos al final que está a cargo del elegante piano de ‘Falling Ashes’, notaremos que es de los pocos momentos donde todo se vuelve más pesaroso y sin esa búsqueda sonora de luminosidad como lo es el resto del álbum, pareciendo más concebida como un cierre crepuscular aun cuando su letra nos recalque una y otra vez que antes que todo termine se está continuamente pensando en amor. Y pensar sobre el amor siempre será una causa de peso, sea cual sea la concepción que tengamos del mismo.
No puedo evitar pensar que este álbum es un poco sobre eso: el volver, el amor y sobretodo como los años dan, quitan y devuelven cosas.

Fleet Foxes – Crack Up (2017)


La música de Fleet Foxes siempre sonó sumamente introspectiva, más allá de su inequívoco espíritu bucólico con tendencias barrocas. Discos como “Fleet Foxes” (2008) y “Helplessness Blues” (2011) tendían a la evocación por medio de su abundancia sonora: el invierno, el sonido de guitarras que parecen empapadas de lluvia o ese halo de vapor cuando toda la atmósfera ya es demasiado fría. Lugares comunes, claro que sí, sin embargo evocados como nunca.
Todo eso se puede todavía oír en la música de estos muchachos tras un hiatus no menor de seis años. Esa necesidad de poder palpar el sol cuando todo está demasiado nebuloso sigue ahí presente en “Crack Up”, el nuevo disco de la banda, lo cual es bueno pero trae consigo inherentemente una pregunta que es necesario hacerse: ¿Es realmente bueno que el tiempo en la música de los Fleet Foxes pareciese no haber hecho el más mínimo efecto?
Casos contrarios hay muchísimos. Los mismos Slowdive, que hace poco retornaron a la carretera discográfica tras un silencio mucho mayor, trajeron consigo un sonido que suena inapelablemente fresco. Con Fleet Foxes no se puede decir lo mismo.
No es que se pueda negar la belleza de piezas como ‘I am all that i need/Arroyo Seco/Thumbprint Scar’ o el mismo single ‘Third of May/Ōdaigahara’. De hecho, son canciones preciosísimas, llenas de vaivenes que invitan a la inmersión continuamente. Pero “Crack Up” de alguna manera se siente como ir a pasear a un lugar lindo pero al que ya habíamos venido demasiadas veces. Y es que la recurrencia con que acudimos a sus dos discos previos, además de a su EP, tal vez avivó cierta expectativa que nos hizo soñar despiertos que cuando nos volviesen a guiar a su imaginario habría una sonoridad totalmente nueva.
Y está bien, tiene variaciones –duraciones más extensas y menos ganchos melódicos- pero no alcanza a ser lo suficientemente significativo como para catalogarlo de retroceso u avance. “Crack Up” es un momento congelado en el tiempo.
Y bueno, tras esa ligera queja solo queda catalogar todo lo bueno que tiene para ofrecer, que digámoslo, parte desde una cuidada portada como es habitual en la banda de Seattle.
“Mute at midnight she might look like the answer” dice una de las frases de ‘I am all that i need’; una tendencia lírica que está más que presente en el resto del álbum. Si bien los cambios no son tan visibles en cuanto a lo musical a primeras oídas, otros recovecos poseen muchas de estas enigmáticas vueltas. Era casi imposible que la vida de Pecknold en New York y los cambios e incertidumbres que tuvo que afrontar en ese tiempo no se terminaran permeando en su obra actual.
‘Cassius’, por otro lado, tiene una evocación mucho más compleja, no siendo amable en su composición que parece entremezclar demasiado, volviéndose una pieza esquizofrénica pero no por ello menos magnética. Además de tener uno de los versos más duros de Pecknold, que se siente como un choque a toda velocidad contra un muro de realidad: “The song of masses, passing outside, all inciting the fifth of July. When guns for hire open fire, blind against the dawn. When the knights in iron took the pawn. You and I, out into the night held within the line that they’ve drawn”.
El oír al completo el disco le brinda un sentido nuevo a ‘Third of May’, que sale ganando y transformándose en un eje en este mar de pocas certidumbres. Y en uno de los pocos momentos genuinamente gancheros, además. De hecho, el otro single (‘Fool’s Errand’) no suena ni la mitad de urgente que este.
Muchas canciones, como ‘On another ocean (January/June)’, responden a la lógica de que quien quiera maravillarse tiene que adentrarse en ellas. No son fáciles, a veces un poco áridas, pero tienen mucho que dar. No por sentirse algo rutinario o ya visto, no tiene mucho para ofrecer. Ya lo hizo Jim Jarmusch en ese tremendo film que es “Paterson” (2016) donde asistimos a la vida diaria por siete días de un conductor de autobús quien encuentra en la poesía de su entorno y en su vida repetitiva una vía de escape. La salida de Pecknold –en este caso- son los Fleet Foxes, que para bien o mal retornaron con un disco que es necesario oír varias veces para ver si podemos sintonizar o no con él.
Afortunadamente estamos en la mejor época para ello, y entre el frío de esperar micros que no pasan nunca en un Santiago nublado, tal vez podamos descubrir (o perder) una que otra cosa con este folk enigmático y sobrecargado.

Lollapalooza Chile 2017: Un fuerte remezón



Lollapalooza Chile 2017 – 01 y 02 de Abril, Parque O’Higgins

El festival que una vez al año desembarca en el Parque O’higgins acaba de dar por finalizada su séptima versión y –como acostumbra- deja tras de sí un sinnúmero de postales, propuestas artísticas y comerciales, así como todo un picadillo que se desprende en su periferia y que no tiene mucha relación con la música propiamente tal. Y si bien se entiende que tras siete años cueste sorprender, hasta ahora lo que parecía una constante en el nivel del evento parece haberse tornado bruscamente en una variable, y no hablamos de un factor menor. Hablamos de su equilibrio.

Equilibrar una parrilla interesante, los horarios de presentación, así como la diversidad de cada día ha de ser una tarea ardua, y queda la sensación que este año eso se desbandó un poco. Espacios que otrora eran para recorrer y conocer bandas nuevas o mirar un grupo que gustase en la línea media, se volvió una misión casi fallida por parte de los asistentes. No es cosa de sonar tan categórico tampoco; la experiencia en si sigue siendo gratificante, no obstante en retrospectiva parece que visitamos una versión mucho más deslavada.

Inversamente proporcional a ello, la cantidad de asistentes parece haber roto varios records este año, siendo el día sábado el más concurrido con una asistencia que innegablemente venía a ver a Metallica y hacía difícil el tránsito por el parque. Generando una convivencia entre estilos que sin más es donde radica lo bonito del festival: poleras negras viendo algo tan radicalmente opuesto a sus gustos como Bomba Estéreo, o padres con coches quedándose un rato más en el pasto para escuchar los acordes del ‘Éxtasis del Oro” de Ennio Morricone que sirvieron de previa al show de la banda de Los Angeles. Son momentos atesorables y tal vez los que terminan resignificando la música. Sin embargo eso mismo deja abiertas varias preguntas: 

¿La propuesta del festival es proporcional a esta entrega? ¿No resultan cada vez más mezquinos los momentos épicos que el festival nos está entregando?

Hay varias cosas que se deberían revisar en adelante. Y es que más allá de la preponderancia que ha tomado la oferta electrónica del festival, y que aparentemente independiente de uno que otro headliner, es el mayor generador de convocatoria. El énfasis en ese punto parece no haberse traspasado al resto del cartel.

Recintos como el ‘Movistar Arena’ que albergan una fiesta interminable y parecen un mundo paralelo dentro del contexto del festival, cada vez se van quedando más pequeños para la asiduidad que tienen, y si bien funcionan perfecto como ambiente para toda la gente bailando bajo luces neonicas e intermitentes, el exceso de asistentes del que se vio victima este año (en ambos días y con la presencia de muchos niños) pueden resultar en un buen planteamiento para la próxima versión y trasladar uno de los polos más populares de Lollapalooza a un sector más abierto. Y es que la necesidad de expandirse por el parque ya no suena tan descabellada.

En cuanto a los headliners estos son decisivos a la hora de juzgar el éxito u fracaso de una instancia como esta. Metallica es consabido que goza de una popularidad como pocos en este país, y es que el género en particular tiene muchos asiduos, por visitar ejemplos recientes es cosa de mirar los números de Black Sabbath o Iron Maiden. Una aritmética ante la cual es difícil competir. The Weeknd por otro lado, juega en una liga absolutamente distinta, remitiéndose a sonoridades más actuales y elucubrando un show donde el protagonista está muy demarcado, haciendo gala de un control que no deja vislumbrar por ningún resquicio su trayectoria más acotada.

En ese sentido Duran Duran es quien tenía la tarea más particular por delante. Teniendo que hacer uso de un legado abundante en hits, pero a la vez con una interpretación que no dejará dudas respecto a su salud actual. Y les funcionó, con tal vez, el mejor show del día domingo.

En cuanto a grupos de este milenio The Strokes suponía la nota de incertidumbre con el errático precedente de su vocalista mientras que The xx eran los encargados de poner la cuota de sofisticación y precisión milimétrica en su ejecución.


Y es que aun cuando todos triunfaron de uno u otro modo. Al mirar más abajo, son pocos los momentos que se pueden catalogar como más allá de buenos. Casi no los hay malos, más apenas rozan lo idóneo, ya ni hablar de ser descollantes y es que tal vez nos malacostumbramos a un fervor excesivo con una propuesta que vio su pick muy tempranamente (2013/2014) y que poco a poco ha ido decayendo, tan sutilmente, que recién estamos sintiendo como la cuesta abajo es un poco más pronunciada cada año. Pero que este 2017 no se puede evitar sentir como un fuerte remezón.

Lollapalooza Chile 2017: Reseñas Individuales



Alex Anwandter

Tres de la tarde, el sol y calor que estuvieron ausentes el día anterior aparece con fuerza mientras el Ex Teleradio Donoso saca a relucir toda la experiencia en una performance que se ha vuelto una obligada de los proscenios locales, y que no tiene nada que envidiar a bandas extranjeras que se presentaron en los otros escenarios principales.

De hecho esa fue una de las frases que se encargó de reproducir Anwandter en su presentación: dejar de lado el resquemor a los artistas chilenos durante el resto del año y no solo apoyarlos en estas instancias. Sin caer en chovinismos baratos y a la vez revindicando una dignidad que se ve menoscabada por una percepción algo errada de una escena que ha crecido una enormidad.

En cuanto a lo musical el setlist que empleó se constituyó mayoritariamente por temas de ‘Amiga (2016)’ , ‘Odisea (2010)’ y los infaltables hits de ‘Bailar y Llorar (2008)’ de Teleradio Donoso.

Como frontman Anwandter es una presencia magnética y que más allá de poseer un respaldo con canciones de eficacia probada es el desplante y el show cinético del mismo el que le da una vuelta a lo que quiere plantear, sumando mucho a su propuesta que cruza lo artístico para plantearse de lleno en un plano completísimo.

El apartado técnico de las canciones tampoco es irrelevante, sumando bronces en ‘Éramos todos felices’ o la ejecución que invita continuamente a la fiesta de ‘¿Cómo puedes vivir contigo mismo?’ son hitos ineludibles y que obviamente invitan a bailar, a seguir con las palmas, incluso sobreponiéndose a un calor que no ayuda en nada. 

Con todo ello y un poco parafraseándolo; ojalá lo volvamos a ver antes de seis años más, porque el espectáculo que brinda lo vale. Y tal vez su ubicación en esta pasada debió estar mucho más arriba.

Bomba Estéreo

Lo de la banda colombiana es una mezcla de factores demasiado estimulante, entrelazando ese pulso continuo de lo latino con una sensación de electromagnetismo que les funcionó a cabalidad durante su hora asignada, y que insufla de ritmo esa argamasa sonora que cruza lo más sudamericano con lo futurista y maquinal.

‘Soló Tú’, ’Caderas’ y ‘Caribbean Power’ fueron la tríada con que abrieron y que daban pie para que la vocalista Li Saumet sacará a relucir su carisma frente al público, y si bien a veces se notaba el sobre uso de ciertas frases manoseadas hasta el cansancio por distintas bandas para poder conectar con el público (un recurso innecesario en su caso pues, esa labor ya la había conseguido con su interpretación) en líneas generales se sentía muy conectada con lo que estaba tocando, como al mismo tiempo para interpelar a una audiencia que estaba dispuesta a menearse.

La entrada de bailarinas y niñas en ‘Soy Yo’ acentuó esta tendencia y encontró otro punto alto en la bonita ‘Somos Dos’. La labor de Julián Salazar es otro de los activos del grupo que no se debiese obviar, consiguiendo redimensionar la música del grupo. Tocando de forma muy intuitiva y limpia (sobretodo en ‘Pájaros’).

De todas formas, y como no podía ser de otra forma, el cierre a cargo de ‘Fuego’, tema central de una reciente telenovela nacional, y agregando –además-un dragón en el escenario fue la forma más idónea de retirarse mientras las sirenas y la candencia se iban esparciendo por todas las personas que entre los árboles y el pasto circundantes decidieron formar parte de una fiesta que evidentemente no se escuda tras lo bailable para estancarse, si no que propone continuamente y cruza varios limites en cuanto a estética se refiere .

 Two Door Cinema Club

La relación de la banda con este festival no es de carácter reciente y de hecho, en la versión del 2013 tuvimos la oportunidad de verlos en el mismo escenario con un horario de mucho menor importancia, más desprendiendo una energía desbordante  y sonando como una gran sorpresa dentro de lo que fue un cartel poderosísimo (para los entusiastas esa actuación aún se puede encontrar en youtube).

Ha pasado mucho tiempo desde entonces, y varias cosas han cambiado. No solo el largo del pelo del vocalista Alex Trimble y un receso post gira de su disco Beacon (2012) es lo que acarreaban para este nuevo encuentro. Pues si bien la resonancia de su regreso con ‘Gameshow (2016)’ fue -siendo generoso- discreta y su creación a distancia (debido a los tratamientos que estaban recibiendo algunos de los miembros del grupo) no marcaban un buen precedente.

En esta pasada se las arreglaron para dar un show justo, sin grandes aspavientos y con uno que otro momento brillante, que amparándose en canciones previas consiguió sobrellevar una tarde-noche que es la instancia más agradable para oír música.

Y es que eso de poder sostenerse sobre un repertorio solido es lo que hace que la valoración de un show como éste resulte dificultoso. Los momentos altos residen en su mayoría en canciones de ‘Tourist History (2010)’ un disco que ya posee siete años a cuestas y que con tracks como ‘I can talk’, What you know’, ‘Undercover Martyn’ o ‘Something good can work’ tocan la fibra del público de forma directa, creando situaciones que para un festival son idóneas.

No obstante esos mismos picos de brillantez, se diluyen en la interpretación de canciones más recientes. Creando unos valles anímicos que opacan el total. Confundiendo con voladeros de luces, que por disfrutables que sean, no consiguen ocultar un enorme bajón subyacente tras una buena fachada.

Borgore

Lollapalooza alberga muchos microcosmos durante su extensión. Algunos como Kidzapalooza están destinados a la inclusión, otros como el teatro La Cúpula se destina mayoritariamente a los recitales nacionales. Sin embargo el que tal vez acapara mayor atención e importancia es todo ese universo paralelo que se lleva a cabo en el Movistar Arena y que tiene como principal característica su orientación a la música electrónica.

Con un público que incluye muchas cabelleras rubias y bastantes menores de edad, es una asistencia que no tiene muchos problemas a la hora de formar parte de una atmosfera sudorosa, luces estrambóticas y desenfreno. Que son por lejos la mezcla prevaleciente en el reducto.

En particular el caso del DJ israelí es una propuesta sumamente sucia y que sonoramente se inclina hacia lo más tosco, presentando imágenes provocativas y de –derechamente-  muchos potos, no busca engañar  con falsos intereses intelectuales y la audiencia no es que pida una vuelta de tuerca más sofisticada tampoco. De hecho es cosa de mirar en cualquier parte del recinto y encontraremos a jóvenes bailando cual Ian Curtis con movimientos cortos y geométricos. Y es que no hay más.

Y es en ese bucle que este tipo de música parece rondar eternamente, entre la complacencia de sus escuchas, como en una propuesta insípida cuanto menos.

Lucybell

El caso de Lucybell es una de esas situaciones que lamentablemente son tristes de escribir.
Teniendo músicos de nivel más que descollante como José Miguel Foncea en batería, parece estar en un limbo discograficamente hablando desde la edición de su disco ‘Lumina (2004)’ y –tal vez- ‘Comiendo Fuego (2006)’. Y el apartado ‘en vivo’ no es mucho más alentador, ya que el estado actual de  sus temas está produciendo versiones que si bien buscan sonar sofisticadas, en ese tránsito es donde pierden demasiada sangre y parecen más un remedo del legado que tiene una banda del trayecto de Lucybell.

Es impensable que escuchar una canción del calibre de ‘Luces No Bélicas’ no produzca más que aburrimiento, y es lo que sucedió el sábado pasado, a su vez que la ausencia de bronces la empobrece en demasía. Sumemos además ese pecado técnico que fue como sonó el bajo en toda la presentación, saturando muchas canciones y de paso estorbando a los demás instrumentos.

‘Sembrando en el mar’, ‘Caballos de histeria’, ’Tu sangre’, ‘Solo crees por primera vez’, ’Sálvame la vida’, ’Cuando respiro en tu boca’, ’Carnaval’, ‘Viajar’. Todos temas de una dimensión gigante y sonaron de la forma más insípida posible.

Tal vez llega un punto de quiebre cuando los propios músicos se saturan de su propio legado y el ajuste de la maquinaria sonora empieza a chirriar, no obstante, lo que mostró la banda el sábado pasado más que desajuste, se asemeja a una desidia enquistada en el núcleo de una banda. Lo que es triste siendo lo que fueron.

Duran Duran

El recorrido es algo que no se puede disimular, y aunque parezca que tenga una connotación negativa, en el caso de Duran Duran solo sirve para tirar flores a una de las performances más sólidas del festival, si no, la más pulcra por lejos.

¿Cómo sonar actual sin caer en la caricatura de si mismos? Parece haber sido el leitmotiv bajo el cual se armó y ejecutó la actuación de Simon Le Bon y compañía el domingo en la tarde, lo que ahora en retrospectiva, nos suena de una lógica incontestable.

El volumen es una de esas variables que son dificultosas de manejar, tanto por si se pierde fuerza, como cuando por el contrario se sale de control y termina socavando el protagonismo de cada pieza. Duran Duran equilibró estos puntos, con un fuerte volumen pero al mismo tiempo dándole la justa medida de lucimiento a cada segmento de su orquestación, que dicho sea de paso está gigante en cada parte: John Taylor y Nick Rhodes son unos pequeños dioses en sus roles respectivos.

Y es que el principal mérito de la banda fue entregarse lo justo sin caer en remedar su postura; digamos hacen uso de efectos prácticos con fuegos artificiales en las pantallas, pelotas gigantes hacia el público o ese homenaje a David Bowie que enlazaba ‘Planet Earth’ con la maravillosa ‘Space Oddity’, y podría haber sido un exceso, pero se queda ahí, como un toque pintoresco porque la solidez del repertorio es más fuerte. Revisitándolo y ajustándolo a nuestros días sin profanarlo en el proceso.

‘Come Undone’ ya me suena inseparable sin el aporte que hacen las poderosas coristas del grupo, que desbordaban carisma y que brillaron por méritos propios. No repararon en hits a la hora de armar su setlist tampoco: ‘Ordinary World’,’Girls on a film’, ‘Rio’ , ‘The wild boys’ , ‘Save a prayer’ o ‘Hungry like a wolf’.

 Lo que podría haber sido un estertor de viejas glorias fue un charchazo para cualquier banda que lleve menos de 10 años tocando y no le alcance para esa potencia en vivo.


En cuanto al público fue uno de mayor edad el que a esa hora disfrutó de las canciones de los ingleses, pero es confortable pensar que entre tanto millenial esperando a The Strokes o Th Weeknd más de alguno haya sucumbido a la arrolladora propuesta de un grupo que sabe cómo manejarse a si mismo sin perderse en el proceso. Porque perder el norte es fácil – sobretodo cuando de la nada aparecen alpacas y monos gigantes entre el público- sin embargo la prolijidad de Duran Duran en su presentación es una de esas  para atesorar en el futuro.

La actividad forestal - Federico Falco



Cuentos ubicados en provincia desde un punto de vista geográfico y narrativo. Hay algunos bastante bucólicos - que merecen ser oídos con los Fleet Foxes o Neil Young de fondo- como "Las Liebres" y "La Actividad Forestal". Otros van mucho más allá entremezclando esa suave modorra que recubre los pueblos periféricos: el aburrimiento que congela el tiempo mientras detiene eternamente las vidas de sus habitantes.

Aunque es tal vez "Cielos de Córdoba", un cuento mucho más largo, el que vierte ideas más originales, situándose en el -peculiar-despertar sexual de un niño que básicamente se mueve en un mundo donde los adultos o son discapacitados, o derechamente, persiguen ovnis y símbolos inexistentes.

Releeré Flores nuevas pronto, ya que quedé con una buena sensación tras este libro y creo el anterior merece una repasada.

Matar a un ruiseñor - Harper Lee




El sur de los Estados Unidos descrito mediante la literatura de este libro es de alguna forma lo que también me hacen sentir los Beach Boys sobre California: un lugar que ya no existe , pero el cual es posible alcanzar mediante la música o las letras como es en este caso.

La intransigencia de los adultos y el sesgo racial golpean fuerte, no obstante es la aspiración de sacar lo mejor del espíritu humano-que se ve reflejado en el correcto Atticus Finch- lo que hacen de este un libro entrañable.

Además la voz de la narradora es el prisma idóneo a la hora de presentarnos el relato. Con inocencia ,pero sin escapar demasiado de los horrores de su tiempo

Saga Vol.07 - Brian K.Vaughan/Fiona Staples



Saga ha estado irregular en los últimos tomos (siendo el vol.05 el más débil a la fecha), por ende la previa que situaba a este volumen como el arco en el cual Brian K.Vaughan se centraría en ahondar en la arista más puramente bélica de la serie,generaba expectativa, y a la vista de los resultados cumple-no obstante-más por las desviaciones que por el trecho principal.

Reminiscencias al primer amor, hacia no sentir empatía o bien a los peligros de creer pasivamente en algo. Son seis números sumamente duros, aunque tal vez la etiqueta de 'arco de guerra' es demasiado engañosa, ya que si bien son situados en un campo de batalla, la historia se enraíza mucho más en las tangentes de la misma, en las victimas de los territorios en disputas, en sus habitantes y en como esa realidad distorsiona sus creencias.

Además -aunque no sé si es spoiler- este tpb debe tener el final más desolador a la fecha.