Greatest Hits 2019

Lo bacán de lo bacán sin orden alguno (año anterior acá)




























Películas 

De todos los años porque mi vida fue un desastre y vi súper pocas cosas xD

Parasite (2019)
Mother (2009)
Midsommar (2019)
Relatos Salvajes (2014)
Mirai No Mirai (2018)
Orgullo y Prejuicio (2005)
Spiderman Into The Spiderverse (2018)
Munich (2005)
Joker (2019)
Cold War (2018)
Marriage Story (2019)
The Favourite (2018)
Mean Girls (2004)
El Camino (2019)

Libros

El Zoo de papel - Ken Liu
Tema Libre - Alejandro Zambra
Alquien Camina sobre Tu Tumba - Mariana Enriquez
Cuaderno de Faros - Jazmina Barrera
Estupor y Temblores - Amelie Nothomb
La Mano Izquierda de la Oscuridad - Ursula K. Leguin
1280 Almas - Jim Thompson
Los Detectives Salvajes - Roberto Bolaño
Asfixia - Chuck Palahniuk
Leña - Bruno Lloret
Distancia de Rescate - Samantha Schweblin
Buenos Presagios - Neil Gaiman/Terry Pratchett
Yo Soy un Pájaro Ahora - Vladimir Rivera Ordenes


Cómic

Patience - Daniel Clowes
Exit Stage Left - Mark Rusell
Black Hammer Vol.02 - Jeff Lemire/Dean Ormston/David Rubin
Juan Buscamares - Felix Vega
Descender Vol.06 - Jeff Lemire/Dustin Nguyen
Kill or Be Killed Vol.04 - Ed Brubaker/Sean Phillips
Gideon Falls Vol.02 - Jeff Lemire/Andrea Sorrentino
The Flinstones Vol.01 - Mark Russell
Little Nemo - Eric Shanower/Gabriel Rodriguez


Series

Watchmen S01
Parks & Rec (serie completa para siempre en mi <3)
Mindhunter S02
Kimetsu No Yaiba
Years & Years
Sex Education S01
Love, Death & Robots S01
Chernobyl
Dark S02
The Boys s01
Good Omens S01
The Umbrella Academy S01
The Promised Neverland
Dr Stone
Fleabag S01-S02
Barry S01
Black Mirror S05
Shingeki No Kyiojin S03 (2da mitad)
GOT S08 (por the long night no más)
Black Clover 1- 115
One Piece 867 - 915


Juegos de mesa (y otros)

Ganz Schon Clever
Terraforming Mars
Wingspan
Ticket To Ride: Europe
Azul: Vitrales de Sintra
Dragon Castle
Welcome To
Zelda: Breath Of The Wild (switch)
Hollow Knight (Switch)
Stardew Valley (Switch)



Hechos pulentos

Este año fue horrendo pero al menos vi dos veces a Interpol y una a Weezer y Kendrick Lamar, conocí unas termas hermosas, vi zorros en el desierto y mucho vapor subir por los cerros repletos de arboles.

Watchmen: Dios es celeste

Antes de empezar y más que todo como advertencia esto incluye algunos spoilers sobre la reciente serie de HBO. Ya que si bien intenté hablar de la misma desde un sitio que tratara de ir hacia los conceptos que ofrecía, el deshilachar estos puede dar pistas sobre la trama. Advertido eso, veamos:

Las secuelas de franquicias o hitos clave en la cultura popular parecen atiborrar con cierta continuidad las carteleras, las paginas de inicio de los servicios de streaming, las librerías y todos lados básicamente. Una era donde regurgitar conceptos ya tiende a ser un poco odioso al encandilar una oferta que tiene mucho más que entregar. Es esa ‘necesidad’ por replicar y no reinterpretar la que molesta. Porque no habría dificultad alguna en retomar una historia, el esquema es similar para casi todo, no obstante la tozudez por hacer replicas ancladas en la nostalgia es agotador.
En ese panorama, Watchmen la serie de HBO que funciona como secuela del cómic, no de la película, en lugar de anidarse en un sitio cómodo se arriesga e interpreta el espíritu de la obra, por sobre las características estéticas de este. Incluso va un poco más allá, ofreciendo una retrocontinuidad muy bien armada. El mundo donde se desarrolló la historia inicial era uno, el de hoy es totalmente diferente, no obstante las guías del mismo parecen haber sido bien leídas, ya que la creación de ese EEUU parece apropiado al espíritu de los tiempos .
Bien ahí Lindelof ¿Quién lo hubiera imaginado hasta hace poco?
Reinterpretando los clásicos

34 años después de los hechos acontecidos en el cómic de Alan Moore y Dave Gibbons, la policía debe cubrirse la cara con pañuelos, así como algunos usar atuendos de vigilantes con el fin de resguardar sus identidades ya que recientemente fueron victimas de una purga por parte de un grupo de supremacistas blancos llamados ‘The 7th Kalvary’ quienes a su vez usan mascaras de Rorschach como símbolo. Es en este contexto donde Angela Abar (Sister Night) una policía de color, deberá lidiar con la conspiración de parte de este grupo, así como ciertos ecos de un pasado que van acrecentándose y replicando en el presente con más fuerza a medida que transcurren los episodios.
Un crimen por resolver, una conspiración en las sombras. Ambos parecen los mismo puntos de inicio de la obra original, pero no queda ahí, decide recorrer otros sitios que se podían vislumbrar y a la vez decide releerlos con el espíritu de estos días. No siendo lineal más tampoco demasiado obtuso.
Lindelof, quien parece haber tenido una influencia de Noah Hawley a la hora de estructurar esta temporada decide irse por las ramas cuando lo amerita y la vez plantear una historia con un misterio por resolver estructural clásico. Sacrifica capítulos completos a flashbacks, o rematar un capitulo en la frase de uno de sus protagonistas con un chiste (She was killed by space junk).
Hay espacio para traer viejos conocidos, para plantear ideas sumamente descabelladas pero que hacen juicio en este mundo que venimos conociendo desde hace tanto, más todo parece acorde a lo que planteó Moore inicialmente. Es como si Lindelof hubiese tomado el cómic, los deshojara y comenzase a dibujar distintas lineas desde hacia donde podía seguir ¿Qué sería de Ozymandias en un mundo como el de hoy? ¿Su utopía se lograría? ¿El Doctor Manhattan habrá conseguido crear vida? ¿Qué fue de Nite Owl?
Todo ello parecen gatillantes con los que alimentar esta historia, pero quien escribió fue más allá y no solo se quedó en esos personajes que protagonizaron sino qué dio un paso extra, porque si hay algo que creo cuestionan estos nueve capítulos no es que pasó con los personajes de la original si no: ¿Qué pasó con el mundo de Watchmen después que un calamar psíquico cayese en Nueva York hace 34 años y matase de forma traumatica a millones de personas?
Y es que siempre fue sobre eso: Un mundo destinado a equivocarse una y otra vez que parece tener que lidiar cíclicamente con cuestiones como la divinidad, el racismo y el miedo.

El racismo y la retro-continuidad

Uno de los ejes gravitatorios de la serie en cuestión tiene que ver con un hecho ocurrido en la historia de USA durante el año 1921 en la localidad de Tulsa, donde una prospera comunidad afroamericana se ve purgada por grupos racistas del KKK quienes incendian y masacran a todos los ciudadanos de color que encuentran. Todo este evento es visto por los ojos de un niño quien más adelante irá dibujando su propia historia a partir de este hecho.
Es sin embargo la influencia de este grupo agresor uno que va produciendo distintos ecos más adelante tanto en cuestiones netamente de trama como en subtexto y relecturas de personajes que si ya parecían situados en margenes de minorías, su repaso los hace investirse de outsiders en todo el concepto de la palabra (This Extraordinary Being), así, el racismo es como una alegoría al monstruo con forma de cíclope que reencarna todo el tiempo.
También más que una relectura es hacerse cargo de las consecuencias de las vertientes que se toman, lo que podemos ver en personajes como Looking Glass, personas que vivenciaron en primera persona lo acontecido en New York en 1985 (Little Fear of Lighting). Una construcción deliciosa por donde se le mire ya que el trauma parece un ente vivo que extiende sus tentáculos a un presente que es imposible de retomar cuando el miedo es latente.

Hijas del hombre

La herencia-también- no es solo intelectual sino genética y tiene una alta preponderancia en el desarrollo de la serie, y están insertas en la columna central del drama que Lindelof quería contar. Hombres hedonistas como Adrian Veidt o incluso Jonathan Osterman son culpables de sus propios juegos y de crear vida (voluntariamente o no). Juegos peligrosos de poder que terminan (bueno, nunca nada termina ¿no?) en circularidades representadas por féminas que siempre van a la búsqueda de la destrucción del ego de sus creadores, con el fin de satisfacer los propios.
Se presentan figuras femeninas poderosas más su posición en el gran orden de las cosas está ubicado desde una perspectiva donde poder derrocar la figura paterna o desligarse de una herencia de eterna violencia producto de la subyugación de grupos raciales donde -nuevamente- la figura del hombre blanco se convierte en un objetivo al que derribar.

Matar a Dios

Y si de derribar se trata, el icono por defecto que se busca tumbar, o más bien poder domesticar es el de Dios. En este mundo es un dios celeste que parece andar a sus anchas buscando y explorando cosas que le interesan. Vivenciando el tiempo de formas que resultan distantes para nosotros pero que no lo excusan de ser un ente egoísta. Dios abandonó a la humanidad para irse a Marte a crear vida, o eso se cuenta ¿Qué respuesta puede dar una sociedad así de traumatizada ante este abandono?
Pues uno que resulta lógico. Nuevamente el que esa figura masculina sea asimilada por una nueva matriz que si ocupe ese gran poder en beneficio de un mundo que parece haber errado nuevamente el rumbo. Aun cuando el miedo sea revivido por medio de pequeños ecos en forma de lluvia en intervalos aleatorios, parece que el efecto se diluye mientras la ruta nuevamente mueve el reloj un pasito más cerca del final.

El amor

Hasta antes de la serie preguntarse sobre la existencia de un abstracto como el amor en un mundo tan pragmático como el del cómic original parecía inverosímil, tal vez solo vislumbrado en la original a manos de Nite Owl, Laurie y el Dr Manhattan, sin embargo el capitulo ‘A God walks into Abar‘ parece responder a esta pregunta de una forma bastante singular.
El amor es visto no desde un punto de vista lineal más si estructurado: una concatenación de eventos lleva a dos personajes a enamorarse, aun cuando uno de ellos sepa de antemano toda la cadena de sucesos que los llevan de un punto A a un trágico punto B, o mejor aún, es el orquestador de que todo ello suceda y aun conociendo lo que le deparará tomar ciertos caminos, se anima a recorrerlos (aunque técnicamente, inicia, los recorre y finaliza al mismo tiempo porque ese es un privilegio de Dioses y no de humanos) ya que cree merece la pena vivirlos tal como en Arrival donde nuestra percepción del tiempo es puesto a prueba al ser la única que podemos dimensionar.
No hay rutas equivocadas más si decisiones y consecuencias con las que lidiar y eso no es solo una penitencia para mortales.
Watchmen en definitiva toma el espíritu del trabajo de Moore y Gibbons y decide explorarlo con ojos nuevos. Más allá del fanservice, se cuestiona y pone en encrucijadas a sus personajes. Da forma a un mundo en constante cambio, más siempre haciendo uso de una herencia rica (pero peligrosa) y llevándola hacia limites que parecían riesgosos pero que terminan retribuyendo. O como comentaba Manahattan: Todos somos marionetas (…) aunque en mi caso soy una marioneta que puede ver los hilos.

Chavs: La demonización de la clase obrera



Owen Jones es periodista y ha paseado su pluma por las redacciones de medios tan prestigiosos como la BBC y The Guardian. En Chavs, su estudio sobre la percepción de la clase obrera de Inglaterra presenta una tesis que justamente hoy, lo convierte en un imperdible de la lectura sociopolítica actual, en un mundo en donde el hyperneoliberalismo empieza a desmoronarse.
«En la Gran Bretaña actual, la clase trabajadora se ha convertido en objeto de miedo y escarnio. Desde la Vicky Pollard de Little Britain a la demonización de Jade Goody, los medios de comunicación y los políticos desechan por irresponsable, delincuente e ignorante a un vasto y desfavorecido sector de la sociedad cuyos miembros se han estereotipado en una sola palabra cargada de odio: chavs.«
Chavs es una lectura de cómo se erigen las clases sociales en Gran Bretaña y la discriminación subyacente que es mucho más predominante de lo que aparenta.
Los factores son claros: La falta de trabajos dignos,el trasladar la responsabilidad social hacia las personas menos favorecidas en lugar del Estado hacerse cargo de lo que le corresponde: velar por sus ciudadanos, así como la baja en la sindicalización y como se socavan las comunidades al no sentirse representadas como tal.
«Ser de clase obrera ya no era algo de lo que estar orgulloso: era algo de lo que escapar.»
Extrapolar los síntomas del libro a nuestra realidad, arroja muchas similitudes, demasiadas en mi opinión, sin embargo eso sería ser condescendiente para con nuestro panorama como país, que es infinitamente peor. Solo hay que cambiar Chav por flaite y el ejercicio se hace solo.
Pero, entre todo lo que esto puede decir, sigo sintiendo que esto queda mejor en palabras del autor:
«Chavs no trataba de la piedad, sino del poder. Si yo tenía un objetivo primordial , era poner de relieve la crisis central de la política actual: la falta de representación política de la clase trabajadora. Solo un movimiento organizado de trabajadores puede desafiar la locura económica que amenaza el futuro de amplios sectores de la humanidad. Pero ese movimiento es imposible a menos que se desmonten varios mitos: que todos somos esencialmente de clase media; que la clase es un concepto anticuado; y que los problemas sociales son en realidad los fallos del individuo .«

Y es que el ninguneo a la clase obrera parece un ejercicio que resulta demasiado atractivo para eludirlo por parte de quienes detentan el poder, no importando geográficamente donde te encuentres. Bueno, no tanto. Siempre puede ser peor. Pues la precariedad de gente de nuestro continente se siente infinitamente peor que alguno de los casos más terribles de este libro. Así de desolador.
Mostrar la hilacha
Y como no podía ser de otra manera, hay una mención a Chile, bajo la lamentable etiqueta de la dictadura de Pinochet. Y es que la amistad entre Thatcher y el tirano es de publico conocimiento.
«La excepción era Chile, donde en 1973 el general Augusto Pinochet, con el respaldo de Estados Unidos, había derrocado al presidente electo socialista Salvador Allende en uno de los golpes de Estado más brutales de la torturada historia latinoamericana. Pinochet compartía uno de los principales objetivos de sus correligionarios británicos: borrar a la clase trabajadora como concepto. Su meta, declaró, era hacer de Chile no una nación de proletarios, sino de emprendedores.»
Y es que el patrón de exterminio de la conciencia de clase es casi de manual. Cuando se estigmatiza una clase social se busca visualizar a un segmento de esta como marginales responsables de su situación, mientras la otra parte intentará desmarcarse de esa etiqueta, optando por la movilidad social.
Una huida que no siempre es efectiva y de paso pone a pares a competir y desmarcarse el uno del otro en lugar de buscar puntos en común. Así se comienza a deteriorar el orgullo de clase. Pues al final del día nadie quiere ampararse bajo un estatus que resulte negativo.
«Los políticos, especialmente los del Partido Laborista, antiguamente hablaban de mejorar las condiciones de la clase obrera. Pero el consenso actual solo gira en torno a escapar de la clase trabajadora.»
Al mismo tiempo, al instalar esa competencia, la vida de barrio y comunitaria también sucumbe como un efecto secundario. Menos vida de barrio, más desconfianza, etc. El resto es sabido.

Y es que las características estructurales también extienden sus tentáculos hasta las diferencias de trato por parte de la prensa a los chavs en uno de los capítulos iniciales ¿No nos resulta extraño cierto? Si alguien de escasos recursos pierde un hijo o este fallece es cubierto como una negligencia por parte del cuidador, mientras que el trato recibido por personas de mejor estatus social es totalmente condescendiente.
Y es que da para mucho, hay demasiados puntos que explican en parte el estallido social que ocurrió en Chile hace poco. La desconexión de la clase política con la realidad al ser todos de círculos que jamás se escabullen demasiado lejos del árbol del que cayeron. Y como esa característica los imposibilita para poder gobernar.
Ser pobre nos sienta bien
Por último un tema que no deja de ser menor: el trato que se les da a los chavs por parte de los partidos que históricamente los debiesen defender. Una burquesia que busca apreciación mediática juzgando a la gente -que de una u otra forma- debiese buscar ayudar.
«Estaría bien desechar el odio a los chavs como una sicosis limitada a columnistas vocingleros de derechas.Pero hay un tipo de ocio a los chavs que se ha convertido en una ‘intolerancia progresista’. Los intolerantes progresistas justifican su prejuicio contra un colectivo en razón de la supuesta intolerancia de éste. La racialización de la gente de clase trabajadora como blanca ha convencido a algunos de que pueden odiar a los chavs y seguir siendo progresistas.»
Por años en Chile se ha usado la figura del protestante, del flaite y el encapuchado como un chivo expiatorio de lo que la violencia representa y como anomalías de un sistema que funcionaba perfecto, más jamás era enfocado del modo correcto: todos ellos eran fruto de una ira acumulada por un sistema que parecía autocuidarse todo el tiempo mientras seguía usufructuando para los mismo de siempre. Y el odio al final siempre explota.
Para el final solo un último extracto bastante anticipatorio de lo que se vendría:
«Es a la vez trágico y absurdo que, a medida que nuestra sociedad se ha vuelto menos igualitaria y que en los últimos años los pobres se han vuelto realmente más pobres, el resentimiento hacia los de abajo ha aumentado claramente. El odio a los chavs es una forma de justificar una sociedad desigual. Pero ¿Y si eres rico y triunfador porque te lo han puesto todo en bandeja?¿Y si la gente es más pobre que tú porque lo tiene todo en su contra? Admitir esto desencadenaría una crisis de autoconfianza entre la minoría acomodada. Y de aceptarlo entonces habría que admitir que el deber del Gobierno es hacer algo al respecto, es decir, recortar tus privilegios.»

Exit Stage Left – The Snagglepuss Chronicles



“El mundo está en llamas, jovencito. Como escritores es apropiado que hagamos lo que podamos para advertir a la gente. Pero al decir la verdad al mundo, no te mientas a ti mismo. Escribe lo que quieras. Di la verdad. Simplemente no imagines que estás cambiando algo. Como dije, la gente solo quiere pasar un buen rato.
-Entonces, ¿cuál es el punto de todo esto? ¿Para qué escribir entonces?
Hijo, en la vida tu no peleas las batallas porque esperes ganar. Las peleas simplemente porque necesitan ser luchadas.”
Lo que hace Mark Russell en los cómics que editó DC de Hanna Barbera es algo mucho más que interesante. Toma carácteres de los cartoons de los 60’s y los sitúa en contextos donde temas como el suicidio, el sentido del arte, el remordimiento y tantos otros son los que ocupan la palestra. Nada más lejano a lo que transmite el espíritu naif de los originales.
Una mezcla entre esa pesadumbre espiritual que es Bojack Horseman situada en la época de las listas negras de McCarthy en USA (como en Trumbo la película de 2015 protagonizada por un tremendo Bryan Cranston). Un menjunje que no tendría por qué resultar, con un protagonista que es de los menos conocidos de la marca (no digamos que el León Melquiades sea alguien demasiado popular en comparación con otros nombres del estudio de animación, incluso algunos recientemente escritos por el mismo Russell como lo son Los Picapiedras), no obstante, lo hace y siendo peligrosamente ambiciosa consigue su cometido.
¿Cuál es el sentido del arte?  ¿Ser un espejo de la sociedad?  ¿Ser servil o contestario con la corriente predominante? ¿Se puede ser feliz yendo en contra todo el tiempo o te termina quebrando? Por el contrario: ¿llevar una máscara te asegura algo? Por ahí van muchas de las interrogantes de este cómic, que a ratos abruma por su pesimismo, no obstante, no deja de ofrecer muchas perlas entre viñeta y viñeta.

Que Snagglepuss es la versión rosada y felina de Tennessee Williams no cabe duda. Que aparezcan varios personajes del cine de los 60’s tampoco sorprende. Desde Marilyn Monroe a Marlon Brando, o Clint Eastwood, estas crónicas de este león dramaturgo y gay que escapó del sur de Estados Unidos en la búsqueda de sus sueños a la ciudad con la mejor publicidad del mundo hace uso del espacio que la contiene para contar su historia, no obstante, lejos de romantizar cualquier faceta lo suyo es usar el envoltorio de los personajes para desde ellos sembrar emociones.
Personajes obligados a llevar dobles vidas porque una nación que predica sobre la libertad los fuerza a esconderse, eso mientras en nombre de la seguridad y el miedo intentan doblegar al mundo del espectáculo a su voluntad con tal de lograr una victoria espiritual sobre un enemigo que si bien no es imaginario, si lo son quienes sufren las acusaciones. Castigos reales para gente inocente en nombre de una justicia que bebe solamente de la fuente del terror.
El temor a la bomba nuclear permeando en el inconsciente colectivo mientras la vergüenza y descrédito público lucen como una emoción a ser abordada también, con tal vez, las consecuencias más trágicas que he leído en harto tiempo. Y es que el escarnio público como privado es un terror que no conoce de caducidad.
El cinismo tampoco viene en dosis pequeñas, Russell no escatima en recordarnos la línea cronológica donde nos ubica. La revolución cubana, la guerra fría hacen sentir su peso en la historia, y de paso cuelan unas cuantas viñetas para ejemplificar el espíritu de los tiempos.
“Solo sé que una nación debe vencer sus miedos… o convertirse en ellos”
Porque cuando dos gigantes pelean, lejos de figuras maniqueas, son quienes dan forma a estas entelequias quienes sufren las consecuencias.
Porque si pudiese resumir en una sola frase este cómic diría que es uno donde todos quienes lo protagonizan saben el valor de las cosas y aun cuando caminan al filo de una navaja en búsqueda de permanecer firmes en lo que creen (o en lo que esconden) siempre son conscientes que hay que pagar, por muy injusto que sea el precio. Y Russell muy diestro, los hace pagar con todo lo que tienen.

¿Y qué es un dios sino lo más alejado de tu vida que puedas imaginar?

The Underwater Welder - Jeff Lemire



«You guys like The Twilight Zone?»
Así parte la introducción que Damon Lindelof escribió para la edición de este cómic, y de alguna manera con la historia terminada y sabiendo todos los símbolos de los que se vale Lemire para contar una historia (o producir una emoción aun no tengo claro cual de las dos es la que prepondera) creo da el tono a la forma en que el canadiense cuenta su historia, no obstante me estoy adelantando.
Primero lo de siempre: ¿De qué va?
Jack Josheph es un soldador submarino que trabaja para una planta petrolera en la costa de Nueva Escocia, allá abajo, en la soledad del suelo oceánico repara cañerías mientras busca evadirse de dos sucesos que le resultan implacables: la proximidad del nacimiento de su primer hijo y la muerte de su padre alcohólico, quien años atrás desapareciera en el mar durante la víspera de Hallowen. Hecho del cual se desprende una culpabilidad de la que Jack se niega a deshacerse. Ahí bajo el agua será el protagonista de un suceso sobrenatural que cambiará el curso de su vida .




Robando un poco de esa introducción de Lindelof, y de paso, argumentando el porque partir con una comparación directa con la Dimensión Desconocida hay varios paralelismos que son visibles:
Un suceso extraño que cambia a los personajes, sus protagonistas tienden de una u otra forma a estar quebrados o acarrear un sinnúmero de defectos (ser más humanos al final) y por último el más importante: ese tono de fabula donde el final tiene cierto tufillo de aleccionamiento. No obstante ahí es donde Lemire esgrime uno de sus grandes oficios.
Culpa y tristeza
Sus cómics no son paternalistas ni la lección está puesta en primer plano con un gran alto parlante correctivo. La narrativa del canadiense es sutil, tal vez son los dibujos toscos o la composición de las paginas que muchas veces esgrimen poco o casi nada de texto -evocando el silencio del mar y un pueblo fantasma- donde con solo unos ojos asimétricos y unas rayas sueltas se vuelven en todo lo que necesitamos para simpatizar con el mundo interno presentado.

La emocionalidad por otra parte siempre es un recurso que si se integra bien puede potenciar lo contado, sin embargo siempre está transitando en un camino delgado en el que desbandarse significa terminar caricaturizando más que redimensionando.
Lemire acostumbra a usar la emocionalidad mediante la tristeza o la culpa en los seres que escribe, como corazón y motor de la historia. Siempre caminando al filo de lo sensiblero, no obstante no se pasa.
Deja la pagina ausente de texto con primeros planos de los personajes mirando fijamente al vacío para que el lector sea el que termine de llenar todo lo que los carcome.

El futuro y el pasado girando como dos símbolos intrínsecamente conectados mediante una paternidad incipiente; y el sentirse responsable de la perdida del padre. El ser conscientes de todos los defectos que la figura paterna acarrea viviendo en un mundo donde las nociones generales son que los padres son figuras infalibles e inquebrantables hacen de Jack dudar todo el tiempo de convertirse en uno.
En parte el núcleo de The Underwater Welder más que el cruzar a una dimensión fantasma es quizás el proceso de mirar el espejo y notar todas las trizaduras y defectos que pensamos heredar y que intentamos evitar.

Quizás también se hace necesario el caer de lleno en un pueblo al más puro estilo del Comala en Pedro Páramo para reconciliarse con los fantasmas. Con los propios y los heredados.
Las virtudes del canadiense
Para resumir, Jeff Lemire es un gran narrador, aunque me inclino a decir en su lugar, que siempre es consciente del tamaño de las historias que necesita contar. Muchas veces repitiendo símbolos y espacios, no obstante casi nunca pierde el control de lo que tenia pensado , o más bien, de lo que necesitaba exponer.
Sus mundos son ricos aunque con pocos recursos parecen insondables y que pueden albergar todas las palabras del mundo. Historias que no se enamoran de su forma, o del estilo, sino de lo que buscan transmitir. Sea la soledad en el fondo del mar, sea el miedo al futuro, o peor aun, las culpas de días pasados.


Bailarinas - Yasunari Kawabata

La literatura de Kawabata tiene pocos exabruptos, así como cúspides de las cuales poder asirse al momento de realizar una critica escrita de su obra. Sus libros de una u otra forma siempre saben como a una concatenación de señas mínimas que por medio de la sutileza de su existencia hablan sobre grandes temas de Japón.
Y eso de alguna forma siempre me ha servido como brújula al momento de paladear la obra del japonés: son las cosas pequeñas y que aparentemente no cuentan nada -las que al final- permean la sensibilidad de sus personajes.
Son los paisajes que se describen al fondo la mayoría del tiempo los que sirven de tótems para sentir, quizás más que entender, lo que la pluma del japonés intenta provocar.
Es la nieve que siempre cae en uno u otro pasaje de sus libros, los paseos calmos por ciudades, los fantasmas de la posguerra, y como la tristeza parece siempre terminar dirigiendo a hombres y mujeres a continuar son sus vidas de la manera que puedan. ´
Con lo que puedan. Con lo que les quede. Con lo que pierden.
Es la sensación de dar paso a la siguiente generación y empezar una etapa crepuscular como en ‘El maestro de go’, o tal vez la mera conversación interna sobre la estética y el ser como en ‘La casa de las bellas durmientes’ una propuesta que encuentra cierta similitud en ‘País de nieve’ donde claramente el paisaje es igual de importante que el triángulo amoroso del protagonista.
«Un recuerdo lejano filtrado en la música es al mismo tiempo una ilusión cercana.»
Bailarinas va un poco por esa tangente. Es complejo el afirmar que sucedan grandes cosas en un entramado como este, pues de buenas a primeras las decisiones y los cambios que se van germinando en cada personaje mientras van corriendo las hojas no son del todo visibles hasta que de pronto es inevitable el dar la razón a que los cambios, no por silenciosos, no existen.

Bailar en silencio

Kawabata sabe de construcciones paulatinas, como acá, donde vemos como dos bailarinas, madre e hija, persisten como pueden en su dedicación ejerciendo de bailarinas de ballet occidental en un país que parece aun sacudido en la época de la posguerra.
Todo ello mientras Yagi, el marido y artista en decadencia, es quien carga las secuelas de una nación derrotada y que no encuentra muchas pistas desde donde construir un futuro salvo el de volcar esa frustración hacia las dos primeras, generando vínculos tóxicos y sensaciones de pobreza emocional.
«… Cada uno porta su tristeza. Así dice él. Cuando la tristeza pesa, terminamos aceptando las cosas incomprensibles que reconocemos inevitables.»
Namiko (la esposa) es en quien recaen con fuerza la fatiga feroz de ello, siendo de alguna manera quien debe dar los palos de ciego para poder afrontar y generar los cambios que inevitablemente son necesarios en su entorno y vida social más íntima. Y quien, como no podía ser de otra forma, refleja esos dos grandes círculos que terminan encerrando los libros del japonés: la soledad y el erotismo.
Porque si bien Namiko es lo suficientemente autónoma para hacer frente a Yagi (un demonio sin fuerza en palabras de Yukio Mishima) y a su vez lo suficientemente vulnerable para poder refugiarse en un débil Takehara no por ello renuncia a un mundo interno y externo donde toma el control de su propio erotismo.
Originalmente Bailarinas fue publicado en 1955 en el diario Asahi en un formato de entregas. Y sin duda resulta en otra pieza que abulta otro tanto la obra del premio Nobel japonés. Una que sigue definiendo un panteón repleto de historias que nunca escapan del invierno y donde la posibilidad a abrirse a la transformación se tantea todo el tiempo.
«A tus ojos, tu madre es una victima, pero en un matrimonio tan largo, no hay victimas sino un derrumbe de a dos.»
La costumbre de leer sobre cosas increíbles muchas veces termina fatigando la mera sorpresa de leer sobre cosas -que efectivamente- si se parecen al color y ritmo que tienen las vidas normales.
Es común relatar sobre los días increíbles y como estos desvían el rumbo de las historias, Kawabata por otra parte siempre da la idea que narra sobre todos los días, incluso esos aburridos donde los protagonistas yacen tumbados observando la fragilidad de sus vidas y como el tomar cualquier decisión luce como el acto más temerario del mundo.
Así son las historias de él. Un hombre que acabó con su vida a los 72 años pero que pareció vislumbrarla, al menos en sus letras, más como un compendio de hechos importantes provocados por momentos nacidos en instantes nimios que como una historia artificial donde todo es rimbombante. Las historias de Kawabata siempre suenan a realidad.
Y eso tal vez pueda alejar, o tal vez lo contrario. No hay respuestas fáciles para nadie.