Chavs: La demonización de la clase obrera



Owen Jones es periodista y ha paseado su pluma por las redacciones de medios tan prestigiosos como la BBC y The Guardian. En Chavs, su estudio sobre la percepción de la clase obrera de Inglaterra presenta una tesis que justamente hoy, lo convierte en un imperdible de la lectura sociopolítica actual, en un mundo en donde el hyperneoliberalismo empieza a desmoronarse.
«En la Gran Bretaña actual, la clase trabajadora se ha convertido en objeto de miedo y escarnio. Desde la Vicky Pollard de Little Britain a la demonización de Jade Goody, los medios de comunicación y los políticos desechan por irresponsable, delincuente e ignorante a un vasto y desfavorecido sector de la sociedad cuyos miembros se han estereotipado en una sola palabra cargada de odio: chavs.«
Chavs es una lectura de cómo se erigen las clases sociales en Gran Bretaña y la discriminación subyacente que es mucho más predominante de lo que aparenta.
Los factores son claros: La falta de trabajos dignos,el trasladar la responsabilidad social hacia las personas menos favorecidas en lugar del Estado hacerse cargo de lo que le corresponde: velar por sus ciudadanos, así como la baja en la sindicalización y como se socavan las comunidades al no sentirse representadas como tal.
«Ser de clase obrera ya no era algo de lo que estar orgulloso: era algo de lo que escapar.»
Extrapolar los síntomas del libro a nuestra realidad, arroja muchas similitudes, demasiadas en mi opinión, sin embargo eso sería ser condescendiente para con nuestro panorama como país, que es infinitamente peor. Solo hay que cambiar Chav por flaite y el ejercicio se hace solo.
Pero, entre todo lo que esto puede decir, sigo sintiendo que esto queda mejor en palabras del autor:
«Chavs no trataba de la piedad, sino del poder. Si yo tenía un objetivo primordial , era poner de relieve la crisis central de la política actual: la falta de representación política de la clase trabajadora. Solo un movimiento organizado de trabajadores puede desafiar la locura económica que amenaza el futuro de amplios sectores de la humanidad. Pero ese movimiento es imposible a menos que se desmonten varios mitos: que todos somos esencialmente de clase media; que la clase es un concepto anticuado; y que los problemas sociales son en realidad los fallos del individuo .«

Y es que el ninguneo a la clase obrera parece un ejercicio que resulta demasiado atractivo para eludirlo por parte de quienes detentan el poder, no importando geográficamente donde te encuentres. Bueno, no tanto. Siempre puede ser peor. Pues la precariedad de gente de nuestro continente se siente infinitamente peor que alguno de los casos más terribles de este libro. Así de desolador.
Mostrar la hilacha
Y como no podía ser de otra manera, hay una mención a Chile, bajo la lamentable etiqueta de la dictadura de Pinochet. Y es que la amistad entre Thatcher y el tirano es de publico conocimiento.
«La excepción era Chile, donde en 1973 el general Augusto Pinochet, con el respaldo de Estados Unidos, había derrocado al presidente electo socialista Salvador Allende en uno de los golpes de Estado más brutales de la torturada historia latinoamericana. Pinochet compartía uno de los principales objetivos de sus correligionarios británicos: borrar a la clase trabajadora como concepto. Su meta, declaró, era hacer de Chile no una nación de proletarios, sino de emprendedores.»
Y es que el patrón de exterminio de la conciencia de clase es casi de manual. Cuando se estigmatiza una clase social se busca visualizar a un segmento de esta como marginales responsables de su situación, mientras la otra parte intentará desmarcarse de esa etiqueta, optando por la movilidad social.
Una huida que no siempre es efectiva y de paso pone a pares a competir y desmarcarse el uno del otro en lugar de buscar puntos en común. Así se comienza a deteriorar el orgullo de clase. Pues al final del día nadie quiere ampararse bajo un estatus que resulte negativo.
«Los políticos, especialmente los del Partido Laborista, antiguamente hablaban de mejorar las condiciones de la clase obrera. Pero el consenso actual solo gira en torno a escapar de la clase trabajadora.»
Al mismo tiempo, al instalar esa competencia, la vida de barrio y comunitaria también sucumbe como un efecto secundario. Menos vida de barrio, más desconfianza, etc. El resto es sabido.

Y es que las características estructurales también extienden sus tentáculos hasta las diferencias de trato por parte de la prensa a los chavs en uno de los capítulos iniciales ¿No nos resulta extraño cierto? Si alguien de escasos recursos pierde un hijo o este fallece es cubierto como una negligencia por parte del cuidador, mientras que el trato recibido por personas de mejor estatus social es totalmente condescendiente.
Y es que da para mucho, hay demasiados puntos que explican en parte el estallido social que ocurrió en Chile hace poco. La desconexión de la clase política con la realidad al ser todos de círculos que jamás se escabullen demasiado lejos del árbol del que cayeron. Y como esa característica los imposibilita para poder gobernar.
Ser pobre nos sienta bien
Por último un tema que no deja de ser menor: el trato que se les da a los chavs por parte de los partidos que históricamente los debiesen defender. Una burquesia que busca apreciación mediática juzgando a la gente -que de una u otra forma- debiese buscar ayudar.
«Estaría bien desechar el odio a los chavs como una sicosis limitada a columnistas vocingleros de derechas.Pero hay un tipo de ocio a los chavs que se ha convertido en una ‘intolerancia progresista’. Los intolerantes progresistas justifican su prejuicio contra un colectivo en razón de la supuesta intolerancia de éste. La racialización de la gente de clase trabajadora como blanca ha convencido a algunos de que pueden odiar a los chavs y seguir siendo progresistas.»
Por años en Chile se ha usado la figura del protestante, del flaite y el encapuchado como un chivo expiatorio de lo que la violencia representa y como anomalías de un sistema que funcionaba perfecto, más jamás era enfocado del modo correcto: todos ellos eran fruto de una ira acumulada por un sistema que parecía autocuidarse todo el tiempo mientras seguía usufructuando para los mismo de siempre. Y el odio al final siempre explota.
Para el final solo un último extracto bastante anticipatorio de lo que se vendría:
«Es a la vez trágico y absurdo que, a medida que nuestra sociedad se ha vuelto menos igualitaria y que en los últimos años los pobres se han vuelto realmente más pobres, el resentimiento hacia los de abajo ha aumentado claramente. El odio a los chavs es una forma de justificar una sociedad desigual. Pero ¿Y si eres rico y triunfador porque te lo han puesto todo en bandeja?¿Y si la gente es más pobre que tú porque lo tiene todo en su contra? Admitir esto desencadenaría una crisis de autoconfianza entre la minoría acomodada. Y de aceptarlo entonces habría que admitir que el deber del Gobierno es hacer algo al respecto, es decir, recortar tus privilegios.»

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