Ubik - Philip K. Dick



La ciencia ficción cuando funciona como espejo de temas importantes para la humanidad es cuando muestra un desempeño mucho más valioso como lectura, que cuando se enfoca en sus formas y se autoparodia en mamotretos tendientes al artificio y a la cosmética (cuestiones en que también es rico el género).
La trama de Ubik parte sencilla: ‘Runciter es el dueño de una empresa que se encarga de prestar servicios contra ataques de psíquicos. Un día es requerido junto con su personal a una misión en la luna, donde serán víctimas de un atentado. Hasta ahí todo bien; no obstante desde ese planteamiento inicial derivará una pregunta constante que será en definitiva la que forme a la novela: ¿Está Ruciter muerto o es todo su personal el que murió?
“Las formas primitivas deben de llevar una vida residual, invisible, en cada objeto, meditó Joe. El pasado está latente, sumergido, pero sigue ahí y puede aflorar a la superficie tan pronto desaparezcan, por cualquier desafortunado motivo y contra lo que nos enseña la experiencia diaria, las características del objeto último, más tardío. El hombre no contiene al muchacho, sino a los hombres que lo precedieron. La historia empezó hace mucho.”
Como siempre, Dick arma sus mundos futuros de una forma que parecen haber sido arrasados por el capitalismo. Ya sea estéticamente donde lo artificial homogeniza todo, o bien en el cómo apenas sobreviven sus personajes en ciudades hipercapitalistas donde hasta lo más nimio tiene su precio (abrir la puerta de tu casa o del refrigerador).
Todo tiene un precio.
Incluso la vida después de la muerte.
O su sucedáneo.
Y es que la posibilidad de la vida después de la muerte, deriva en otro tema recurrente como lo es la existencia de un mundo paralelo donde prolongar los días que quedan, o mejor dicho: conseguir racionar el remanente de una vida. Como un amortiguador con fecha límite.
El  temor a morir en Ubik se ve reflejado en empresas que prestan el servicio de congelar los cuerpos de personas próximas a la muerte, no obstante mediante unas maquinarias la actividad cerebral de estas vuelve  a tener actividad cada vez que son requeridos y les permiten comunicarse con ‘los vivos’.
Un bálsamo parcial que les concede a los personajes hablar con ‘personas semidormidas’. Sin embargo PKD lo plantea desde una perspectiva en que se siente el efecto rebote en los solicitantes. Una especie de espejo que los hace miserables (como casi todo protagonista que se valga en la obra del estadounidense) al no poder dejar ir y a sabiendas que cada segundo que consiguen comunicarse con estas personas criogenizadas, es uno menos en la cuenta que les va quedando.
“Estamos atendidos por espectros orgánicos que por medio de palabras y escritos penetran en este medio que es nuevo para nosotros. Son fantasmas reales, atentos y sabios, que viven en el mundo de la auténtica vida, algunos elementos de la cual llegan a nosotros en forma de astillas punzantes pero de impagables efectos, de una sustancia que palpita como un corazón.”

A su vez, la existencia de depredadores en lugares seguros es otro signo importante. No hay remansos para quienes se ven forzados a una extensión artificial. Así como tampoco calma para quienes ejecutan la prorroga arbitrariamente. No hay lugares seguros incluso para quienes pueden pagar por ello. 
Solamente quien crea puede ser salvo. Aunque su fe sea puesta en los efectos de una lata de aerosol. Y al estar los personajes del libro siendo continuamente víctimas del choque de dos fuerzas antagónicas, casi deidades de hecho, en medio de un enigma que se va resolviendo de a poquito. Es esa creencia -por paupérrima que luzca- la única salida que tienen a mano.
El metabolismo es un proceso de combustión, un horno en actividad. Cuando deja de funcionar se acaba la vida. La gente yerra por completo cuando se imagina el infierno: el infierno es un lugar frio; todo lo que hay en él es frio.”
La yuxtaposición de mundos es algo en que se maneja PKD, ya se vio algo similar en la distopia nazi de ‘El hombre en el castillo”, pero acá es mucho más concreta y desarrollada. De hecho, es el eje en el cual se estructura la historia. La intercalación de la narrativa entre dos escenarios (siendo uno el preponderante) y como la información a cuenta gotas cruza de uno a otro para tratar de darle forma a un puzzle que se presenta así mismo con la forma de la pregunta que mencionaba en  el tercer párrafo.
“La puerta se negó a abrirse mientras decía: cinco centavos por favor.”
Y por último, más nunca menos importante, el humor no parece ajeno en la obra. Por terribles que sean los sucesos, siempre hay cabida para alguna situación inverosímil. Y en tiempos donde Black Mirror parece acaparar los pocos escenarios para hacerse preguntas. Este libro con cincuenta años a cuestas parece un buen complemento, sino más bien, un precursor de las obras de este tipo.