Lollapalooza Chile
2017 – 01 y 02 de Abril, Parque O’Higgins
El festival que una vez al año
desembarca en el Parque O’higgins acaba de dar por finalizada su séptima
versión y –como acostumbra- deja tras de sí un sinnúmero de postales,
propuestas artísticas y comerciales, así como todo un picadillo que se
desprende en su periferia y que no tiene mucha relación con la música propiamente
tal. Y si bien se entiende que tras siete años cueste sorprender, hasta ahora
lo que parecía una constante en el nivel del evento parece haberse tornado
bruscamente en una variable, y no hablamos de un factor menor. Hablamos de su
equilibrio.
Equilibrar una parrilla
interesante, los horarios de presentación, así como la diversidad de cada día
ha de ser una tarea ardua, y queda la sensación que este año eso se desbandó un
poco. Espacios que otrora eran para recorrer y conocer bandas nuevas o mirar un
grupo que gustase en la línea media, se volvió una misión casi fallida por
parte de los asistentes. No es cosa de sonar tan categórico tampoco; la
experiencia en si sigue siendo gratificante, no obstante en retrospectiva
parece que visitamos una versión mucho más deslavada.
Inversamente proporcional a ello,
la cantidad de asistentes parece haber roto varios records este año, siendo el
día sábado el más concurrido con una asistencia que innegablemente venía a ver
a Metallica y hacía difícil el tránsito por el parque. Generando una
convivencia entre estilos que sin más es donde radica lo bonito del festival:
poleras negras viendo algo tan radicalmente opuesto a sus gustos como Bomba Estéreo,
o padres con coches quedándose un rato más en el pasto para escuchar los
acordes del ‘Éxtasis del Oro” de Ennio Morricone que sirvieron de previa al
show de la banda de Los Angeles. Son momentos atesorables y tal vez los que
terminan resignificando la música. Sin embargo eso mismo deja abiertas varias
preguntas:
¿La propuesta del festival es proporcional a esta entrega? ¿No
resultan cada vez más mezquinos los momentos épicos que el festival nos está
entregando?
Hay varias cosas que se deberían
revisar en adelante. Y es que más allá de la preponderancia que ha tomado la
oferta electrónica del festival, y que aparentemente independiente de uno que
otro headliner, es el mayor generador de convocatoria. El énfasis en ese punto
parece no haberse traspasado al resto del cartel.
Recintos como el ‘Movistar Arena’
que albergan una fiesta interminable y parecen un mundo paralelo dentro del
contexto del festival, cada vez se van quedando más pequeños para la asiduidad
que tienen, y si bien funcionan perfecto como ambiente para toda la gente
bailando bajo luces neonicas e intermitentes, el exceso de asistentes del que
se vio victima este año (en ambos días y con la presencia de muchos niños)
pueden resultar en un buen planteamiento para la próxima versión y trasladar
uno de los polos más populares de Lollapalooza a un sector más abierto. Y es
que la necesidad de expandirse por el parque ya no suena tan descabellada.
En cuanto a los headliners estos
son decisivos a la hora de juzgar el éxito u fracaso de una instancia como
esta. Metallica es consabido que goza de una popularidad como pocos en este
país, y es que el género en particular tiene muchos asiduos, por visitar
ejemplos recientes es cosa de mirar los números de Black Sabbath o Iron Maiden.
Una aritmética ante la cual es difícil competir. The Weeknd por otro lado,
juega en una liga absolutamente distinta, remitiéndose a sonoridades más
actuales y elucubrando un show donde el protagonista está muy demarcado,
haciendo gala de un control que no deja vislumbrar por ningún resquicio su
trayectoria más acotada.
En ese sentido Duran Duran es quien
tenía la tarea más particular por delante. Teniendo que hacer uso de un legado
abundante en hits, pero a la vez con una interpretación que no dejará dudas
respecto a su salud actual. Y les funcionó, con tal vez, el mejor show del día
domingo.
En cuanto a grupos de este
milenio The Strokes suponía la nota de incertidumbre con el errático precedente
de su vocalista mientras que The xx eran los encargados de poner la cuota de
sofisticación y precisión milimétrica en su ejecución.
Y es que aun cuando todos triunfaron
de uno u otro modo. Al mirar más abajo, son pocos los momentos que se pueden
catalogar como más allá de buenos. Casi no los hay malos, más apenas rozan lo
idóneo, ya ni hablar de ser descollantes y es que tal vez nos malacostumbramos
a un fervor excesivo con una propuesta que vio su pick muy tempranamente (2013/2014)
y que poco a poco ha ido decayendo, tan sutilmente, que recién estamos
sintiendo como la cuesta abajo es un poco más pronunciada cada año. Pero que
este 2017 no se puede evitar sentir como un fuerte remezón.
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