Kurt Vile - Wakin On A Pretty Daze (2013)
Cuando
se habla de Kurt Vile se tiende a caer en una trampa bastante
común que consiste en catalogar la obra del oriundo de Philadelphia como un
continuo aletargamiento producido por la estética sonora y visual que proyecta
el cantautor. No obstante este juicio ampliamente generalizado, sufre de
ciertas inconsistencias que son fácilmente rebatibles por la misma obra del ex
The War On Drugs.
Resulta innegable que tanto la tonalidad como la tendencia a caer en la sicodelia son factores a tomar en cuenta al momento de catalogar el trabajo de Kurt Vile. Sin embargo, más que una actitud de pereza o modorra, lo que sucede con su huella sónica es que la urgencia no es literal, a diferencia de ese estado de tranquilidad y ensoñación de la que reboza la mayoría de su obra.
Tomando
en cuenta que recién gracias a “Smoke Ring From My Halo”(2011)
obtuvo reconocimiento y cierta estabilidad (una palabra constantemente buscada
por el artista independiente), sorprende que los usufructos de ésta se hayan
traslucido a su obra inmediatamente posterior.
Pues “Wakin On A Pretty Daze” no es más que eso, refleja la tranquilidad de un hombre que se siente cómodo en el sitial que está y que esto no necesariamente se tenga que reflejar en una rendición a la flojera, sino más bien como una temprana llegada al “Shangri-La” al que hacían mención los Kinks allá por 1969.
No hay lugar como el hogar, dicen, y esto queda más que reflejado en ‘Never Run Away’, o más bien en su presentación, en la que se observa a un relajado Kurt en compañía de su hija en lo que pareciera ser su casa, rodeado de vinilos irradiaba una imagen confortable. La de un joven que muestra su núcleo y se aleja del estereotipo para sumergirse en lo que realmente quiere expresar con su música: sensación de placidez.
Pues “Wakin On A Pretty Daze” no es más que eso, refleja la tranquilidad de un hombre que se siente cómodo en el sitial que está y que esto no necesariamente se tenga que reflejar en una rendición a la flojera, sino más bien como una temprana llegada al “Shangri-La” al que hacían mención los Kinks allá por 1969.
No hay lugar como el hogar, dicen, y esto queda más que reflejado en ‘Never Run Away’, o más bien en su presentación, en la que se observa a un relajado Kurt en compañía de su hija en lo que pareciera ser su casa, rodeado de vinilos irradiaba una imagen confortable. La de un joven que muestra su núcleo y se aleja del estereotipo para sumergirse en lo que realmente quiere expresar con su música: sensación de placidez.
Y
será ese mismo confort el que irá hilvanando y estructurando el LP en lo que
parece ser el refugio soñado para el más crudo de los inviernos. Si no, es cosa
de preguntarle a‘Too Hard’ y sus cálidos ocho minutos en que desde
una nube acústica miramos hacia abajo; su extensión da para ello. Y es también
esa prolongación de los temas otro de los puntos cardinales del álbum. Ejemplo
de ello es la apertura con ‘Wakin’ On a Pretty Day’, que con nueve
minutos - y no demasiadas variaciones- se convierte en la carta de presentación
al más puro estilo Neil Young, dejando que el jam perpetuo haga su trabajo.
Encontrar canciones totalmente diferentes o sobresalientes dentro de la obra es una labor estéril, puesto que gran parte de la placa se encuentra homogeneizada bajo un Lo-fi electroacústico (‘Snowflakes Are Dancing’).
No obstante, como se decía en el segundo párrafo, la urgencia acá está camuflada. Como en ‘Was All Talk’, donde lo rítmico es lo que prima, sin por ello abandonar su cobertura ensoñadora. O bien, en ‘Girl Called Alex’, la cual ha de poseer las guitarras más desparramadas y con vocación de baja fidelidad del LP. Los detalles se esconden bajo gruesas capas de sicodelia, por eso resulta fácil calificarlo todo como una placa adormecida y errar con ello el juicio. ‘Air Bud’ se hace cargo de ello también, rozando lo ecléctico y maquinal en un buque sicodélico color sepia.
‘Pure Pain’ vendría a ser una tibia manta en que los sutiles arpegios de Vile saben a hogar en todo momento. El final queda en manos de ‘Goldtone’, que -como es la tónica- despide el oyente en un tono amable y afectivo.
Escribir este disco para Kurt Vile se convirtió en la mejor opción que pudo tomar, sacándose la presión tras su anterior éxito. Se toma las cosas con calma y si bien no tuerce demasiado las cosas con esta propuesta, consigue narrar perfectamente en qué lugar se encuentra y cómo hace las cosas desde la vereda de la autosuficiencia. El vértigo nunca será lo suyo. No obstante, el calor hogareño y sicodélico que encontramos en “Wakin On A Pretty Daze” es por mucho el paso natural que debía tomar.
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