Hay cierta belleza en la fractura. No es tan visible ni evidente como la que usualmente se puede encontrar en los remansos o en la observación de una escena a la que nos acostumbramos. Y es que el desafío de poder encontrar méritos en los quiebres de un soporte no es un camino exento de espinas. Más efectivamente puede ser uno bastante interesante que recorrer.
“Qué hacer si nada me parece bien/ si nada parece estar de acuerdo con lo que creo yo”
Esa línea de ‘Sufre’, la canción que abre “Lance” el esperado segundo disco de Niños del Cerro, puede parecer una guía al momento de decodificar las rutas que toma la estética del grupo. No obstante si lo que se busca es entender la sonoridad del elepé será la canción ‘Lance’ a la que debemos acudir: una colisión premeditada entre melodías y jams que no solo desafía a quien las ejecuta sino que también a un escucha que debe abandonar la sutileza a la que nos acostumbramos en esa alegoría periférica que era “Nonato Coo” (2015), para adentrarse de lleno en una tormenta desordenada que colisiona a cada segundo, extendiéndose y con más de un cambio abrupto.
Discos sobre rupturas y fines de etapas hay cientos y cada cual consigue encontrar una forma que le sea propia para contar su proceso. Sin recurrir a recursos ajenos el hilado sonoro se vuelve bastante distintivo acá. Las melodías son potentes y a la vez te enrielan con facilidad -al menos la suficiente- para que la sacudida de la batería/guitarra no sea tan radical como para perder el rumbo. Y es que hay mucho de ello. Un ciclo extendido entre reposo y exaltación, sosiego y derrumbe. No son tiempos para anidarse en una sensación dominante. Virar a cada rato parece ser el norte y la única solución con la que pudieron dar en esta pasada.
La melancolía, muchas veces romantizada y suavizada, aparece retratada como un dolor de espalda, como una incomodidad que busca ser asimilada por lo que es al final: un ruido constante que se estrella y rehace la idea romántica del final. Si bien ‘Las distancias’, con la compañía de Martina Lluvias, no deja de ser dolorosa se parece más a lo primero musicalmente, pero en el apartado lirico si es mucho más pesimista:
“Tarde me senté a ver (sólo a ver)/la diferencia entre (hoy y ayer) y comprender (lo que fue)/ haber culpado de todo a las distancias.”
‘Contigo’ fue el auspicioso primer adelanto pero que una vez entremezclado con otras canciones parece más un vestigio del ánimo imperante de “Nonato Coo”. Podría ser un nexo, pero está más imbuido de la urgencia del debut. No así ‘Flores, labios, dedos’ que por forma parece mucho mejor acoplado (y de hecho tiene una batería tremenda de José Mazurett). Por colaboraciones tampoco se queda atrás. ‘El sueño pesa’, con Chini Ayarza, suena tan bien como se intuye en el papel y algunas piruetas sonoras del final que enriquecen los ribetes que pueden alcanzar las composiciones.
De hecho el mismo cierre con ‘Melisa/Toronjil’ (que no puedo eludir que me termine evocando al “Parsley, Sage, Rosemary and Thyme” de Simon & Garfunkel aunque sea por nombre) despliega esa animosidad que se venía describiendo más arriba, aunque en esta pasada musicalmente es más distintivo la ejecución de cada miembro de la banda.
“Vamos a sanarnos de verdad si dejamos pasar días infinitos de abrazar la pena que nos da”
Resumiendo, de alguna manera sin ser compacto como su predecesor, “Lance” no teme abrazar sus pesares y sonar desde la fractura misma, o citando las palabras del mismísimo Simón Campusano, no deja en ningún instante que el susto se trasforme en miedo.
Las oportunidades que ofrecen las crisis nunca parecieron mejor aprovechadas, así como tampoco faltó el coraje para sortearlas.
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