La dificultad de no irse a la deriva cuando se surfea por cuestas tan delicadas como la música de limites borrosos y estructuras etéreas es, sin lugar a dudas, una apuesta que se suele ganar de una sola forma: poniendo el sentido y lo sensorial en una sola sintonía.
Y es que cuando dos conceptos como son lo voluble y la electricidad chocan y se enredan, resulta difícil que de la suma no surja algo a tener en cuenta. Un océano de sensaciones en este caso, pues The War On Drugs sabe cómo sacar adelante su intrincado viaje de riffs enrevesados y líneas de bajo en espiral.
La banda de Philadelphia destaca en su tercer largaduración por el uso notorio de hipnóticos arreglos, bajos repetitivos, armónicas distorsionadas, pero, ante todo, una comprometida y natural calibración de las canciones que las hacen explorar lo justo y lo necesario para que no se desvanezcan en experimentación innecesaria.
Un sueño lofi bajo control que da lo mejor de sí en cortes como la ganchera ‘Red Eyes’, la intro de ‘Under The Pressure’ o la inmediatez catatónica de ‘Eyes To The Wind’. Más que una colección de canciones o un viaje por diferentes estaciones, la impresión que prima en el álbum se asemeja a la de subir por una escalera de caracol a un ritmo acompasado y metiéndole algo de velocidad por otros, aunque esquivando siempre el gasto gratuito de energía.
Tampoco es que sea una reproducción lánguida ni mucho menos. Y si duda de ello, ‘Burning’ podría ser la aclaración precisa. Cristalina, con sentido pop, y un trepidar silencioso. Imposible que caiga mal.
O por ejemplo ‘Dissappearing’ y el tema homónimo que hacen uso de distorsiones y arreglos difusos para llevar un paso más allá el tema de la ensoñación. Es que si algo han probado esta estirpe de artistas, como se demostró el año pasado con el disco "Wakin On a Pretty Daze" de su ex miembro y ahora solista Kurt Vile, es que esas ideas de pereza espacial o modorra embriagante pueden ser configuradas de tal forma que el espíritu de baja fidelidad -o de carácter más dream si se quiere- parecen gozar de una salud impecable, y que la puerta que da a la dimensión desde donde aparecen placas como "Oshin" (2012) o "Smoke Ring From My Halo"(2011) parece no querer cerrarse por mucho tiempo.
Mientras tanto, si todo lo que viene de ahí suena como esto, podemos estar más que contentos, pues a veces es reconfortante estar soñando despierto y perderse entre planos.
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