“-Lo que no entiendo -dijo Gaspar, es por qué de noche el cielo está oscuro, si con todas esas estrellas debería haber más luz.
-Eso hasta tiene un nombre: la paradoja de no sé quién, no recuerdo. Te estás haciendo una pregunta que no tiene respuesta todavía, me parece. O a lo mejor ya lo descubrieron y yo no lo sé. Hay algo llamado materia oscura, que empuja la estrellas, por eso están cada vez más lejos. Tres cuartas partes del universo son oscuridad. Hay mucha más oscuridad que luz sobre nosotros.”
La reinvención de géneros parece algo sumamente complejo a día de hoy. Las formas de contar historias -o los mismos formatos en que son consumidas- parecen seguir rutas dispares, ya sea en formatos que desafían a su espectador, tanto por contenido como por la forma en que son entregados (Black Mirror Bandersnatch o Midnight Gospel). O bien lo contrario, tratan de complacer en exceso al receptor final de estas y terminan entregando productos sin un sello reconocible, los cuales son difíciles de anclar en alguna categoría identitaria, o mejor dicho encontrar algo de contenido más allá de la forma.
Derivando de esta dicotomía algunas cuestiones que pueden resultar muy interesantes, la primera y más importante es: ¿cómo deberían ser lo géneros en nuestros días? En temas literarios esto último está siendo abordado de una forma que resulta sumamente singular y con un sello que busca más el nicho que tocar teclas comunes. El contar desde sitios mínimos, y a la vez sumamente reconocibles tiñéndose de símbolos propios luce como un camino apropiado a seguir. Esto se puede constatar en productos de ciencia ficción de exponentes como Cixin Liu, Ken Liu u otros. O narrar desde una mirada mucho más adusta, como lo hizo el británico/japonés Kazuo Ishiguro en ‘Nunca me abandones’.
Los géneros parecen converger en que contar desde lo local – o lo adusto- es una buena forma de alcanzar un acabado creíble en el que el lector siente que quien escribe está comprometido con lo narrado, buscando una inmersión hacia horizontes, no voy a decir inexplorados, más si teñidos lo suficiente desde lo propio como para lucir novedosos.
En el caso de Mariana Enriquez, la exhibición de un terror muy centrado en lo latinoamericano es el sello desde el cual se explaya, resultando muy reconocible -a la vez que para sorpresa de nadie- de una calidad robusta.
“Adela dijo después que lo peor habían sido los ruidos del final, esos ronquidos dolorosos, como gemidos de perro ¿así se muere la gente?, les preguntó, pero no supieron responderle.”
‘Nuestra parte de noche’ es una novela -la más extensa- de la escritora argentina, quien ya venía generando mucho ruido producto de sus cuentos que han sido recopilados desde hace un tiempo en colecciones como ‘Las cosas que perdimos en el fuego’, ‘Los peligros de fumar en la cama’ o ‘Cuando hablábamos con los muertos’ (editado por la editorial chilena Montacerdos, quienes también sacaron ‘Alguien camina sobre tu tumba’, un compendio de crónicas sobre los cementerios que ella ha visitado por el mundo). A su vez también ha sido editada una novela corta, ‘Este es el mar’ donde entre una mezcla de fantasía se dejan entrever otro de los grandes temas que la obsesionan: la música y la imagen del poeta maldito. La figura masculina estéticamente hermosa pero condenada a un destino trágico.
En esta novela – de más de 600 páginas– convergen con desparpajo todas las temáticas que parecen ocupar espacio en el interés de Enríquez , narrando inicialmente el viaje – o más bien una fuga- por la carretera de un padre y su hijo en plena dictadura, cuyo motivo nos es velado inicialmente más a medida que corren las hojas se nos irá diciendo de a poco y luego ya de formas más brutales el porqué.
Es difícil desenredar una trama, que si bien no es para nada compleja, se va construyendo con saltos de tiempo que lentamente van encajando y situando el macro de la historia. Una que no escatima en elementos donde una secta, la dictadura argentina, demonios e incluso David Bowie tienen cabida. Pero lo que puede resultar abrumador, está lejos de serlo. Hay personajes que son castigados de formas horrendas, y en líneas generales, casi ninguno de los involucrados consigue zafar de la brutalidad del mundo que los ve moverse.
Se le asocia un poco con ‘La Carretera’ de McCarthy, por el plot inicial, pero es solo su arranque, ya que va mucho más allá y es quizás en esa frontera donde el terror colinda con los miedos reales donde Enríquez consigue decantar mejor su narrativa. La relación de una familia aristocrática con la dictadura y como el poder detentado por ellos es ocupado en atrocidades que hielan la sangre. Pues más allá de sombras que pueden cercenar como si nada partes del cuerpo o casas que devoran niños, las desapariciones de personas, producto de regímenes militares siempre nos resultará como algo más material. Espantos que rodean por todas partes.
“Los crímenes de la dictadura eran muy útiles para la Orden, proveían de cuerpos, de coartadas y de corrientes de dolor y miedo, emociones que resultaban útiles para manipular”
Hay mucho bagaje cultural que se va filtrando en alusiones, como el cuadro ‘Asalto de la tercera columna Argentina a Curupayti’ o gente cantando canciones de Violeta Parra, mientras que es la paternidad y la herencia de una vida maldita lo que mueve el relato.
El intento, nunca con demasiadas esperanzas, de un padre que intenta cerrar una grieta en la realidad por la cual se filtran una fuerza no necesariamente maligna más si inentendible para las personas, pues él ha sido el receptor de ella por mucho tiempo y quiere romper esa rueda para que quien le sucede no deba cargar con ese destino. Que no sea consumido. Que la ambición megalómana de unos pocos, la aristocracia cómo no, por esa necesidad de pervivir más allá de lo natural no termine por devorar lo poco bueno que le fue concedido. Aun cuando estas acciones estén lejos de convertirlo en un héroe ni lo priven de ser muchas veces cruel.
Vivir en latinoamérica puede ser horroroso muchas veces, quizás nunca tan terrible como lo que vive entre las hojas de ‘Nuestra parte de noche’, sin embargo la habilidad para mezclar terror de manual con simbolismos tan propios de este sitio tan al sur de todo, me parece necesario de leer, sobretodo si quien narra lo hace tan bien.
“La historia de la chica desaparecida sin brazo tenía algo tétrico, sí, y quizá por eso no le dieron impulso. Esas cosas pasan en el periodismo. La imaginación del público se enamora de ciertos horrores y es indiferente a otros.”