El tema sobre los gustos musicales, y bueno sobre cualquier arte en general, es un empantanamiento que no solo atrapa a reseñistas o críticos especializados, sino que también abarca-y más fuertemente- a las personas comunes y corrientes con cosas tan triviales como los gustos culpables.
Y es que definir qué cosas son sofisticadas, cuales cruzan una línea imperdonable hacia lo sentimental o cuales no conllevan un aumento de status de quien lo aprecia, son tareas complejas, pero consiguen ser tratadas en “Música de mierda”, el libro escrito en 2007 (y editado en español en 2016) por el crítico Carl Wilson.
¿La gracia? Pone en su centro la figura de la canadiense Celine Dion , y sobre todo, su disco “Lets Talk About Love” (1997), que contiene la archiconocida ‘My heart will go on’, tema central del blockbuster por excelencia de ese entonces “Titanic”. Todo ello con el fin de hablar sobre gustos en cuanto al arte y la apreciación que hacemos de ella.
El ensayista (critico de música también) no puede esconder su aversión hacia la obra de su compatriota, armando pasajes bastante divertidos. No obstante, jamás cae en la ironía facilista o esa tendencia por hablar sobre algo bajo el lente de lo sarcástico para conseguir una crítica divertida. Por el contrario, ahonda bastante sobre el origen mismo de lo que significa Celine Dion para sus escuchas.
Ese ejercicio es estimulante ya que es fácil de trasladar a nuestra realidad. Por ejemplo: ¿Cómo apreciamos la música que escuchan nuestras mamás/papás? ¿La alta popularidad que tiene el reggaetón desde hace 15 años? ¿La omnipresencia de las rancheras en el campo chileno? Y es que al ir en la búsqueda de qué nos representa, contradictoriamente muchas veces armamos vallas hacia otras vertientes musicales que –eventualmente- podrían resultar estimulantes; un sesgo que de otra manera nos daría acceso a otras perspectivas desde las cuales abordar el porqué esta música es la banda sonora de una gran parte de la población.
O bien por qué ciertas canciones se terminan convirtiendo en música disfrutable en secreto y es fuente de vergüenza para quienes disfrutan de ella de forma privada. Eso claro, a la hora de la apreciación más cerebral, porque como también concluye el libro: hay un factor emocional que es ineludible y tiene raigambre tanto en lo biográfico como en el orden social del escucha.
“La música sensiblera marea la perdiz, pero al parecer nunca termina de disolverse del todo en el crisol musical, sino que resurge una década tras otra. Creo que eso es así porque la sensiblería, como insinúa Hamm en su estudio sobre la canción de salón, nunca busca la evasión pura: no solo es catártica, sino que también tiene un elemento de refuerzo social”
¿A qué se debe la tirria a lo sentimental? ¿Por qué se niega la posibilidad de encontrar la catarsis en una canción melosa solo porque el ser sentimental tiene poca cabida entre lo que se considera buen arte? Desde ahí Carl Wilson busca desentrañar los orígenes de esta aversión aduciendo a cosas estéticas, sociológicas así como apoyándose en la obra de Immanuel Kant, David Hume o Pierre Bourdieu.
En definitiva, “Música de Mierda” son 200 páginas con las cuales no se hayan respuestas; algo maravilloso en tiempos donde obviamos lo más interesante: hacerse preguntas y, de paso, someter a cierto (y sano) análisis nuestros gustos.